Mostrando entradas con la etiqueta reflexiones. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta reflexiones. Mostrar todas las entradas

domingo, 5 de febrero de 2017

BoJack Horseman: retrato de un juguete roto.

«Back in the 90's 
I was in a very famous TV show
I'm BoJack the Horse!
BoJack the Horse!
Don't act as you don't know».
Canción de créditos de la serie.

   BoJack Horseman es uno de los mejores descubrimientos que he podido hacer en lo que a series de animación se refiere. Y lo digo así. Tal cual. Desde la primera línea. Y es que series como esta, como Historias Corrientes, como Archer o como Rick & Morty me hacen ver que vivimos en una época dorada de las series de animación, ya sean para niños o para adultos.

   Si bien es cierto que llevaba largo tiempo ignorando cualquier cosa que tuviera que ver con la serie por el efecto rechazo que me generaba el que la gente no parara de darme por culo el coñazo con el temita de «tío, tienes que ver esta serie», «tío, es que es muy buena esta serie», «tío, es que es muy profunda esta serie» y «tío, a ver si te mata un asesino en serie» y que acabé chupándomela justo a finales de este enero porque esencialmente no tenía otra cosa que hacer, sí es verdad que al final acabé descubriendo, como ya he dicho, una de las mejores series que he visto en mucho tiempo. Tres días me duró la serie entera. TRES DÍAS. Uno por temporada. Y no me arrepiento de esta decisión porque han sido tres días muy bien invertidos, como ahora verán a continuación.

   Y como siempre hago con una serie que me gusta y recomiendo, aviso de spoilers bastante tochos porque hay gente a la que al parecer le crece un ano en la frente si se les revela algo de la trama de un producto de entretenimiento.

Spoiler de esta reseña: la serie MAGUSTAO


   La serie trata sobre la decadente vida de un caballo que en un tiempo fue el protagonista de serie familiar ñoña de los años noventa tipo Cosas de Casa, Padres Forzosos o La hora de Bill Cosby, y que desde entonces no levanta cabeza. Llevando una vida completamente autodestructiva, se pasa los días emborrachándose, drogándose o simplemente autocompadeciendose mientras vive de las rentas que le proporciona su fama acompañado por Todd, un nini veinteañero que vive acoplado en su casa, y Princess Carolyn, su agente, con la que mantiene una de las relaciones más tóxicas y destructivas jamás vistas en televisión.

   Sin embargo, las cosas cambian cuando, tras meterse en un berenjenal por prometer a una editorial que escribiría una autobiografía pero al final no cumplirlo, le encasquetan a Diane Nguren Apellidoimpronunciable, una negra literaria que se convierte en su biógrafa y de la que se enamora, algo que ni siquiera funciona porque ella está casada con el señor Peanutbutter, un labrador retriever actor y protagonista de su propia sitcom familiar que es un claro plagio de la serie de BoJack. A través de los capítulos de la primera temporada, en donde sucede la trama de la autobiografía, conoceremos mucho mejor al televisivo equino, sus circunstancias y todo lo que le sucedió para acabar convirtiéndose en el borracho depresivo que es hoy en día.

   Finalmente, ya en la segunda temporada, el libro consigue publicarse y BoJack pega el pelotazo, siendo contratado para protagonizar la película Secretariat, basada en su héroe de la infancia y uno de los motivos por los que él de pequeño siempre quiso ser una estrella. Sin embargo, pronto descubrirá que el mundo de la gran pantalla no es tan glamuroso como se las prometía y que hay sueños que es mejor que no se cumplan, lo que le lleva a una nueva espiral de infelicidad.

   Y con esto, la tercera temporada será la gota que colme el vaso de BoJack: la película logra terminarse independientemente de su participación y el caballo acaba convirtiéndose de nuevo en una superestrella. Pero cuanto más asciende en la fama, más vacío se siente, llegando a plantearse incluso si esto era lo que él quería desde un principio. Todo el mundo se aprovecha de él, y los pocos amigos que aún le quedan han ido creciendo tanto, tanto en lo personal como en lo profesional, mientras él se seguía hundiendo en su propia miseria que él mismo los rechaza. Al final, BoJack desaparece, rehuyendo de la fama en casi un intento de suicidio que deja las cosas abiertas para el inicio de una cuarta temporada.

Y esta viene a ser la moraleja final de esta serie.


   La clave para entender el drama de BoJack Horseman, como han podido comprobar, es que BoJack es un peón. Un simple y vulgar peón en los juegos de terceros. El personaje ha llevado toda su vida siendo avasallado o manipulado por los demás, haciendo las cosas que otros querían mientras le engañaban (y se autoengañaba) haciéndole creer que esto es lo que de verdad quiere hacer. Y él se lo creyó del todo hasta encontrarse a años luz del punto de no retorno.

   La vida opulenta que muestra BoJack externamente es un contraste con lo vacío que realmente se siente, y cuanto más avanza en su carrera como actor, más empeora como persona, sobre todo cuando es capaz de ver los tejemanejes y las corruptelas que se llevan a cabo tras las bambalinas, algo particularmente notable en la segunda y tercera temporadas: la película sobre el legendario caballo de carreras Secretariat es una auténtica mierda que se salta o manipula convenientemente escándalos de la vida del personaje para satisfacer a grupos demográficos, el metraje se termina con un clon en CGI del propio BoJack tras haberse largado mientras él se lleva el mérito de un trabajo que no ha hecho, los galardones que obtiene por Secretariat son mayormente comprados o resultado de una concienzuda campaña publicitaria y toda la gente que llega a su vida tras convertirse en un famoso actor cinematográfico se acercan a él por la fama.

   BoJack no hace nada ni tiene derecho ni a decidir ni a opinar. Él está ahí para poner la cara y a celebrar méritos completamente vacíos en un intento de autoengañarse. Pero incluso él mismo sabe que todo esto es efímero y que acabará chocándose tarde o temprano contra el muro de ladrillos que es la realidad, momentos de lucidez que le llevan a replantearse su vida y escapar de vez en cuando para perseguir oportunidades ya pasadas, como antiguos amores que le permitan empezar de cero o hacer las paces con un amigo al que traicionó. Y sin embargo, ni con esas tiene derecho a ser feliz: esas puertas hace mucho que se cerraron, le guste o no, y cada dosis de realidad es un clavo más en su ataúd al verse cada vez más atrapado por su falsaria vida de farandulero.

Y es que, al final, todos los deseos de BoJack se hacen realidad.
TO-DOS


   El hundimiento vital de BoJack entra en un contraste con las vidas de aquellos que le rodean, gente que ha ido encontrando mejores oportunidades laborales y mejoras personales que les permiten evolucionar como personajes: Diane se convierte en una escritora de éxito, Todd tiene varias aventuras empresariales que le permiten valerse por sí mismo, Princess Carolyn funda su propia empresa de talentos y el señor Peanutbutter acaba convertido primero en presentador televisivo y después en candidato a Gobernador de California. Todo esto ellos lo han conseguido gracias a sus esfuerzos, sacrificios y duro trabajo en contraposición a un BoJack que se limita a vivir de las rentas.

   Las tóxicas relaciones que mantiene BoJack con los poquísimos amigos que posee le dan un toque extra al personaje. Una de sus principales características es que, a raíz de los abusos que recibía de sus amargados padres, es una persona enormemente dependiente con un miedo al rechazo y un miedo al fracaso acojonantes:
  
   BoJack acogió a Todd simplemente para tener a alguien que dependa de él, y cada oportunidad que el chaval tenía de mejorar su vida, él la saboteó para preservar el statu quo. Princess Carolyn trata a BoJack como un peón y como una muleta emocional en una peligrosísima relación de codependencia. Su relación con Diane se basa en que ella es quien más le comprende y es alguien de confianza para él, pero al mismo tiempo por eso mismo se permite el lujo de abusar de ella creyendo que estará «siempre» por y para él. Y así sucesivamente.

   El miedo a fracaso de nuestro protagonista le obliga a no tener pasión por nada, como mucho a tener una chispa de ella que rápidamente se apaga a la primera decepción, motivo por el cual deja de esforzarse, ya que cuanto menos se esfuerce, menos posibilidades habrá de sentir el fracaso. Sin embargo, esto mismo se convierte en una profecía autocumplida que le lleva a enterrarse cada vez más profundo en su propia mierda.

Cuanto más alto llegues, más grande (y solitaria) será la caída.


   Pero si hay algo por lo que BoJack Horseman destaca es, sobre todo, por ser un fiel reflejo de la industria de Hollywood en general. La vida de la farándula es una espiral sin fin de hipocresía, falsedad y superficialidad, y así lo hace constatar esta serie.

   A lo largo de ella veremos numerosos ejemplos de escándalos absurdos, corrupción y manipulación que nos demuestran cómo de laxa es la moral hollywoodiense en todos los aspectos. Pero si bien el principal ejemplo de esto es el propio BoJack, no podemos olvidarnos del personaje de Sarah Lynn, una parodia de todo en lo que se convierte una niña actriz al cabo de los años dentro de un mundo cuya industria se traga a jóvenes promesas para escupirlas años más tarde como auténticos despojos humanos que serán sustituidos por la nueva estrella infantil/juvenil del momento. Sarah Lynn, si bien no es alguien entrañable o que sea fácil de coger cariño, es un personaje trágico, una niña actriz convertida en el sueño pajillero de los adolescentes que crecieron con ella y al final una drogadicta que tira su vida por la borda mientras le come la fama la siguiente adolescente molona de turno. Un auténtico juguete roto.

   Durante el transcurso de sus tres temporadas y contando, BoJack Horseman nos hablará de cómo cualquier matao es capaz de luchar con aletas uñas y dientes por conseguir sus quince minutos de fama por medio de un escándalo alimentado por la rastrera prensa amarilla, de cómo el dinero es capaz de comprar el silencio y la impunidad de gente horrible, de cómo hay individuos capaces de capitalizar tragedias humanitarias en pos de reconocimiento (¿les suena de algo?), de cómo el sueño americano y el ideal liberal de triunfo («trabaja duro y conseguirás todo lo que te propongas») es una patraña, o de cómo realmente todos aquellos por debajo de directores y productores son peones prescindibles en el eterno juego de ganar pasta gansa.

   El ahogamiento es un elemento recurrente que veremos de una forma cada vez más constante, un símbolo de la situación en la que tanto BoJack como otros se encuentran. Los personajes de esta serie están ahogados, asfixiados, hundiéndose en sus propias miserias sin poder salir a flote ni tener a nadie que les eche una mano; son gente que saben que sus vidas están mal y tienen intención de cambiar, pero sus vicios e inseguridades son más fuertes que ellos y siempre acaban saboteando sus esfuerzos para volver al mismo punto de partida del que tanto querían escapar.

Y estos tres son solo los ejemplos iniciales.

  
   Aparte, en lo que respecta al departamento de humor, BoJack Horseman, a pesar de ser un drama de los que hacen época, contiene una serie de chistes que, aunque no den para auténticas carcajadas, sí son necesarios de señalar. Al tratarse de un mundo en el que humanos y animales antropomorfos conviven como iguales, la serie contiene un montón de referencias y parodias a cada cual más inteligente, a menudo con juegos de palabras o pullas visuales. Aunque parezca mentira mencionarlo, realmente es curioso ver el ingenio con el que los guionistas de la serie han pensado en cada detalle y cómo se devanan los sesos para pensar en pullas cada vez más ingeniosas.

   Y es que esa es una palabra con la que se puede describir BoJack Horseman: «ingeniosa». Al igual que ocurrió con Historias Corrientes, de la que hice ya una entrada, el hecho de que sea animada no la hace infantil ni mucho menos, y una vez que pasas por alto el hecho de que la mitad de los personajes sean animales antropomorfos, te encuentras con una serie muy reflexiva y existencial sobre personajes muy humanos cayendo en picado en un mundo dominado por la doble moral, la hipocresía, el egoísmo y el interés.

   Que ojo, la serie no está falta de carencias. Un defecto bastante notable bien puede ser el hecho de que haya capítulos de auténtico relleno en los que no se avance la trama ni el desarrollo de nada con tal de tener el número de episodios estipulados contractualmente por temporada, y sobre todo que haya capítulos en los que las miserias del propio BoJack parece que nos las estén restregando por la cara en pos de la pena fácil. Sin embargo, no son más que pequeñas quejas para una serie que tiene mucho que ofrecer y que he devorado en tres días de lo que me ha gustado.

   En conclusión: MAGUSTAO y encarecidamente la recomiendo si quieren disfrutar de un buen drama adulto y existencial.

¡Y cuidado con las pullas visuales, que si parpadean se las pierden!

lunes, 23 de enero de 2017

Un sincero adiós a Historias Corrientes.


«Técnico: ¿A quién le gustaría que Rasca y Pica se enfrentaran a problemas de la vida real como los que tenéis a diario?
Niños: ¡A mí! ¡A mí! ¡A mí!
Técnico: ¿Y a cuántos os gustaría lo contrario, que vivieran situaciones imaginarias con robots y poderes mágicos?
Niños: ¡A mí! ¡A mí! ¡A mí!
Técnico: O sea… que queréis una serie realista y normal… que esté plagada de poderes… y mágicas fantasías».
Los Simpson, El Show de Pica, Rasca y Poochie.

   Empezamos 2017 en este blog de una forma que nunca pensé que sería posible. Y no, no me refiero a empezar una entrada en el mismo enero pocas semanas después de haber escrito otra y sin cuatro meses de pereza extrema entre medias, sino con una carta de despedida a una serie que poco a poco se ha ido ganando un hueco muy grande en mi memoria como una de las mejores series de televisión que he visto y veré nunca: Historias Corrientes.

   Esta entrada no es una reseña al uso, aquí no hablaré de la escasa trama de la serie ni escribo esto para comentar su humor ni maravillarme con su capacidad para trabajar con referencias pop. Para eso está el ver la serie, la cual recomiendo encarecidamente. En su lugar, esta entrada es más una carta abierta de despedida, los pensamientos y conclusiones a los que he llegado nada más terminar de ver esta serie, las cosas que me ha enseñado y, sobre todo, qué he sentido viéndola.

   Eso sí, tratándose de este tipo de cosas, esta entrada contiene numerosísimos spoilers, así que si no han visto esta serie nunca… ¿A QUÉ ESTÁN ESPERANDO?

   Y es que no es para menos, pues la obra maestra de J. G. Quintel sobre un pájaro azul llamado Mordecai y un mapache llamado Rigby a los que les pasan todo tipo de fantasiosas aventuras es toda una lección sobre la madurez, ese momento en que dejamos de ser adolescentes y nos convertimos en adultos hechos y derechos con nuestras preocupaciones, responsabilidades y obligaciones. Parece mentira que una serie que es conocida sobre todo por su grotesca imaginación, su nostalgia ochentera y noventera y su sentido del humor absurdo pueda convertirse en una de las series más profundas que podamos haber visto. Y sin embargo, es así.

   Lo cual hace de esta serie algo maravilloso.

¿Un pato Megazord con pantalones rotos, zapatillas altas, una gorra de camionero noventera,
un Power Glove y que surfea en una guitarra eléctrica en el espacio? ¡¡¡COMPRO!!!


   Bajo ese aspecto infantil, aleatorio y disparatado en el que cualquier tontería se puede convertir en un asunto del que literalmente dependa el destino del universo, Historias Corrientes es una fantasía bien basada en una dura realidad: NUESTRA realidad. A lo largo de la serie hemos visto cómo esa fachada de divertidísimas absurdeces mágicas con robots, monstruos y artefactos mágicos de todo tipo ha ido desmoronándose sutil y paulatinamente para dar paso a una historia sobre qué significa madurar, ser un adulto, tener responsabilidades y lo que nos aguarda el futuro a través de los ojos de sus personajes… y los nuestros.

   Una de los mayores puntos fuertes que tiene esta serie con respecto a cualquier otra es precisamente que la línea que separa lo real de lo fantasioso está tan difuminada que ambos mundos se mezclan en el imaginativo caos que envuelve cada uno de sus capítulos. En este aspecto me recuerda a Earthbound, el videojuego en el que unos niños deben salvar el mundo de una amenaza extraterrestre y en donde todos sus eventos perfectamente pueden ser confundidos como un juego de niños y viceversa, con los niños convirtiendo en equivalencias entendibles para sus infantiles mentes situaciones adultas de la vida real demasiado crudas o extrañas para ellos. Siendo así, no es extraño ver todo el potencial del que Historias Corrientes dispone, pues es capaz de aunar realidad y ficción para ofrecer a cada miembro del público lo que quiere ver: coloridas fantasías para los niños y sentimientos basados en la realidad para los adultos.

¿Una serie sobre dos amigos que viven mágicas aventuras? La tenemos.
¿Una serie cuyos temas sean la madurez, el fin de las amistades, las rupturas de pareja
y un cuadro clínico de depresión entre otros muchos palos? TAMBIÉN


   Sin embargo, toda esta fantasía no oculta que en su esencia mantiene los pies en la tierra y su objetivo es precisamente narrar una historia adulta y real. Por cada dios arcano que despierta de su letargo para devorar el mundo, por cada tontería diaria convertida en una amenaza capaz de distorsionar el espacio-tiempo, por cada abominación primigenia invocada, por cada supervillano contra el cual los trabajadores del parque son los elegidos destinados a derrotarlo existe una lección sobre la vida real que aprender.

   Pero al contrario que en cualquier otra serie que ofrezca moralejas a su audiencia, principalmente en la forma de ñoñadas tipo «la amistad lo puede todo» o «el amor es para siempre», Historias Corrientes ofrece lecciones muy duras sobre la vida real que todos acabaremos aprendiendo tarde o temprano: no sois más que el resultado de un sistema educativo que os mastica de pequeños y os escupe como adultos enseñados a servir como mano de obra, da igual las notas que sacarais en el colegio porque nada os va a salvar de un trabajo desagradecido, mal pagado y que probablemente no tenga que ver ni con lo que habéis estudiado; las amistades son efímeras y cuanto mejor sea tu amigo más desgastada acabará vuestra relación, el amor de vuestra vida un día desaparecerá y aun así será mejor que seguir con esta persona mediante el temido «amor compañero», los días de inocente felicidad que tuvisteis de pequeños nunca volverán…

   En definitiva: da igual lo que hagáis en la vida porque sois unas motas de polvo insignificantes en este mundo, pero eso no quita que debáis seguir intentando ser las mejores personas posibles.

   En este sentido la madurez que alcanza la serie incluso afecta a las amenazas a las que se enfrentan nuestros protagonistas día sí y día también. Conforme vamos alcanzando nuevas capas de realidad, los monstruos, los magos, los robots y las aberraciones van dando paso a villanos más anclados en nuestra vida diaria como dependientes groseros, funcionarios incompetentes o ese profesor que te tiene manía sin motivo aparente. Las exageraciones siguen estando presentes en la serie, e incluso de vez en cuando veremos alguna situación extraordinaria (sobre todo en la forma de algún Final Boss de temporada o eventos que den paso a la gimmick de la temporada siguiente), pero serán más las excepciones en pos de un clímax antes del final para seguir hablándonos de aquellas cosas que más conocemos y comprendemos, dándole un significado cada vez más literal a la parte de «Corrientes» a la que las historias del título hacen referencia.

Un profesor capullo al final puede ser una mayor amenaza y a un título mucho más personal
que un mago malvado.


   Es por este motivo por lo que vemos el verdadero corazón de Historias Corrientes y su punto más fuerte: su enorme empatía. Quintel nos ha demostrado que es un autor que sabe captar no ya la atención de un público, sino que es capaz de hablarle, de hacerle sentir, de dirigirse de tú a tú a sus espectadores y de permitir que estos se sientan enormemente identificados con las situaciones que sus personajes viven.

   Al contrario que productos como un Undertale diseñado cínicamente para apelar a las emociones e inseguridades de un público mediante mecanismos de proyección de dichas inseguridades en personajes planos y estereotipados o unos artículos de Buzzfeed basados en apelar gratuitamente a la nostalgia para una audiencia sin criterio, Historias Corrientes es una obra creada a partir de la más pura de las empatías.

   Pese a su carisma, nadie en su sano juicio querría ser alguien como Mordecai o como Rigby, pues no dejan de ser un par de veinteañeros que han fracasado en todo lo que han emprendido y han acabado barriendo hojas en un parque. No son más que unos mataos obsesionados con una cultura pop que les ha servido para llenar sus vacíos existenciales fruto de ser los marginados del colegio, por no hablar de que son unos malos compañeros de trabajo y, dependiendo del guionista que toque en ese momento, hasta malos amigos o psicópatas en potencia. Sin embargo, sus vivencias son lo que más nos interesan e inspiran: Mordecai lucha por conseguir su lugar en el mundo encontrando a su media naranja pese a que sus relaciones sentimentales suelen acabar más mal que bien, y Rigby consigue volver al instituto para terminar de graduarse con el fin de ganar un respeto que cree deberle a su novia y tal vez abrir así un nuevo futuro que sea más digno para él.

   Las vivencias realistas de sus personajes son contadas de la forma que solo puede hacer alguien que las haya experimentado; cosas como ser el pringado del colegio, ser un becario y que todo el mundo te putee por ser el último mono, las tensiones de tener pareja, la dura compaginación del trabajo por tu gusto por los videojuegos, el cine o cualquier otra forma de entretenimiento… En definitiva, ¡cómo crecer en un mundo que te llena de obligaciones y luchar para seguir siendo tú mismo! ¡El tipo de cosas que uno debe vivir si quiere hablar bien y con propiedad de ellas!

Historias Corrientes es la única serie que nos ha demostrado que
cosas como conseguir terminar los estudios pueden ser mayores aventuras
que detener a la enésima abominación de turno.

   El sentimiento de identificación con sus situaciones puede llegar a ser enorme, y ahí es donde entra la difuminación entre la realidad y la fantasía. Mordecai y Rigby son dos post-adolescentes que viven atrapados en un mundo sin alicientes y trabajando de barrenderos en un parque, por lo que llega un momento en que incluso podamos llegar a pensar que todas las aventuras que viven tienen una parte más fantasiosa que real. Y cómo culparlos…

   Todos nosotros nos hemos encontrado en situaciones así, en jornadas aburridas e interminables de tareas o trabajos en las que uno acaba abstrayéndose a un mundo de fantasía para evitar perder el juicio. Y lo mismo pasa con cualquier otra de las situaciones que nos propone: el creciente temor a perder amigos con el tiempo, el deseo de querer aprovechar el todo el tiempo que podamos con un ser querido que vemos que se escapa de nuestras vidas, la frustración ante una vida que no da segundas oportunidades ante un futuro cada vez más incierto… ¡hasta el miedo que teníamos de pequeños a meter la mano en el reproductor de vídeo y que se nos quedara la mano atascada se encuentra aquí! Todo ello contado con situaciones, frases y hasta pensamientos que todos sin excepción habremos tenido o dicho alguna vez en nuestras vidas, algo reconocido hasta por Quintel mismo.

Only 90's kids will remember!


   Si bien la serie tampoco es perfecta y sufre de muchos altibajos, Historias Corrientes es también una historia de transición sobre el propio Quintel, algo que podemos ver temporada tras temporada (amén de que a estas alturas es un secreto a voces que el personaje de Mordecai lo hizo directamente basándose en sí mismo, lo cual ayuda a entender ciertas cosas).

   Tras tres MEMORABLÍSIMAS temporadas cargadas de sentidísimos homenajes y celebraciones a la cultura pop alcanzamos una sosísima cuarta temporada en la que nos introducen al personaje de Thomas, un becario sin peso alguno en la serie y cuya función es «estar ahí», seguida de una deprimente quinta temporada centrada en la tristísima vida amorosa de Mordecai y sus inseguridades más una sexta temporada que es un meh absoluto y que termina en la desaparición de un más que olvidable Thomas ahora convertido en un superespía ruso. Pero después de una RECOMENDADÍSIMA película y numerosos rumores de cancelación, la serie vuelve a la estabilidad con una séptima temporada más variada en sus temáticas, ya más ancladas en la realidad, hasta alcanzar un clímax final en el espacio porque ya total pa’qué y su EPIQUÍSIMA resolución en la octava temporada.

   A lo largo de las ocho temporadas de la serie vemos un proceso de creatividad absoluta seguida por una de estancamiento, otra de práctica desesperación y otras de puro desarrollo de personajes en las que los trabajadores del parque y el propio mundo de Historias Corrientes se van transformando y maduran conforme lo hacen la propia serie como el programa de televisión que es, Quintel como artista y hasta la misma audiencia. Como ya dije anteriormente hasta la saciedad, la fantasía desbocada da paso al más sincero de los realismos (lo que no quita valor ni a sus partes más entretenidas ni a su sentido del humor) y a partir de ahí a un crecimiento tanto interno como externo de los personajes y lo que les rodea.

Y la música... ¡QUÉ MÚSICA!

   Y este es el punto al que quería llegar, pues si bien es cierto que me pesa el ver acabada una serie con la que tan identificado me he sentido y con la que tanto he disfrutado, no puedo tampoco dejar de sentirme aliviado por el mismo hecho de que termine: Quintel ya ha contado todo lo que quería contar y siempre será mejor que la serie acabe por sí misma a que sea inceremoniosamente cancelada.

   Por ese motivo no puedo dejar de recomendar Historias Corrientes, pues es la serie que mejor representa a una generación, a mi generación, nuestra generación, y en definitiva, la generación de su autor, un joven que ha conseguido narrar el sentir de muchos de nosotros a través de una serie de animación cuya premisa original no era más que la de «cosas raras pasando porque sí». La estasis ochentera-noventera del mundo de esta serie es una divertida evocación a un pasado que no volverá que a la vez sirve de plataforma de lanzamiento para enseñarnos, tanto a nosotros como a los que están por llegar, unas valiosas lecciones sobre el futuro.

   Y es que, a pesar de su tan aplastante y sincero realismo, Historias Corrientes termina en una nota positiva con un último mensaje final: puede que muchos de nosotros nunca podamos alcanzar nuestros sueños y ambiciones de pequeños, pero eso nunca nos impedirá vivir una buena vida ni disfrutarla con nuestros amigos.

   Ya sea como una comedia con elementos de fantasía (o mejor dicho, de realismo mágico), una fuente de gifs y memes, un viaje nostálgico para aquellos que nacimos en los ochenta y los noventa o una sincerísima representación de la vida de toda una generación, Historias Corrientes es una serie que me ha encantado, que me ha marcado, que me ha hecho reír y hasta me ha hecho llorar. La cautivadora obra de J. G. Quintel sin duda me ha llegado al corazón y se ha ganado un buen espacio en él.

Jolly good show...

sábado, 17 de octubre de 2015

«Mi nombre es Bond, James Bond»: repaso a toda una filmografía (SEGUNDA PARTE).

«—M: Yo no le gusto, Bond. Y tampoco mis métodos. Cree que soy una cajera, una mera contable más interesada en mis números que en sus instintos.
—Bond: En ocasiones lo he pensado.
—M: Bien, porque yo creo que es usted un fósil machista y misógino, una reliquia de la Guerra Fría cuyos encantos inmaduros, aunque inútiles conmigo, obviamente sedujeron a la joven que envié para vigilarle […]. Si cree que no tengo huevos para enviar a un hombre a la muerte, sus instintos se equivocan».
Diálogo entre Bond y M, GoldenEye.


   Antes de empezar, quisiera hacer notar que esta entrada es la continuación de la anterior, «Mi nombre es Bond, James Bond»: repaso a toda una filmografía (PRIMERA PARTE), por lo que si no la han leído, les recomiendo hacerlo antes de empezar con esta. No me sean CAFRES.


James Bond: la conmovedora historia de un agente secreto que aprendió a utilizar armas cada vez más grandes.


   Estamos ya a finales de los 80 y alguien con cabeza decide que esto no puede seguir así, que si de verdad queremos que la saga Bond continúe, debemos buscar una nueva identidad que no dé vergüenza ajena. Y de ahí salió el Bond de Timothy Dalton, quien, por desgracia, solo protagonizó dos películas debido a problemas de demandas judiciales que tenía en aquella época, por lo que la continuidad que se generó acabó perdiéndose en la nada.

   Para mí la bilogía de Dalton solo se puede definir como «una de cal y otra de arena», pues si bien es cierto que solo hay dos, son tan opuestas en calidad y tono que parecen el día y la noche. ¿Significa que el Bond de Dalton es regulero o malo? No. Timothy Dalton es un buen actor y le dio un toque joven a una franquicia que apestaba a viejo, más aún teniendo en cuenta que nos encontramos en los últimos coletazos de la Guerra Fría y James Bond no puede vivir exclusivamente de detener terceras guerras mundiales entre dos bloques agotados o complots de supervillanos caricaturescos. El problema está en que tuvo la suficiente mala suerte como para no poder seguir rodando, pues tenía un potencial tremendo incluso para lo horrenda que fue Licencia para Matar. Pero todo a su tiempo.

   Dalton se estrena en Alta Tensión, una suerte de manifiesto de intenciones de lo que iba a ser esta nueva etapa. Tenemos ante nosotros un Bond mucho más humano que solo mata cuando realmente tiene que hacerlo y que valora a sus seres queridos por encima de todas las cosas, sobre todo a raíz de la muerte de sus mujeres (como ven, enlazamos directamente con la herencia de Al Servicio Secreto de Su Majestad y Solo se vive dos veces), y que no dudará en hacer lo necesario para proteger a quien quiere.

   A raíz de esto, la trama de Alta Tensión nos devuelve al género del espionaje sabiendo que será, probablemente, la última vez que puedan hacer algo relacionado con la Unión Soviética. Con el tiempo, de hecho, la propia Unión Soviética dejó de ser «mala» tal cual para centrarse en individuos de la misma que eran unos auténticos desquiciados que querían ver el mundo arder, y sus dos villanos principales, el general Koskov y el traficante de armas Brad Whitaker, son precisamente eso: un general que quiere que estalle una guerra mundial atentando precisamente contra las agencias de inteligencia para obligar a los bloques a luchar abiertamente y un traficante que le utiliza para lucrarse con ello. Son dos humanos deleznables pero son justo lo que pertenece al género del espionaje. No hay guaridas secretas ni armas del juicio final, sino espías contra espías en un argumento con los pies en la tierra.

   Y no solo esto, sino que además la chica Bond de este metraje, la violonchelista Kara Milovy, es precisamente una chica normal y cariñosa que ayuda a Dalton en todo lo que puede mientras este tiene que protegerla al ser una pieza clave en los planes de Koskov. Es rubia pero no tonta, ni mucho menos es un trofeo, un premio de consolación o un folleteo para cerrar la película como eran el resto, sino que genuinamente era un personaje más, y lo mejor de todo, un personaje humano con sus virtudes y sus defectos. James tenía que protegerla pero al mismo tiempo le gustaba, y eso mismo era lo que hacía humano al personaje: la capacidad de preocuparse por otros y saber transigir, con el violonchelo como símbolo de esa evolución.

Y todo esto sin olvidarnos de MOMENTAZOS como toda la escena de la persecución en la frontera.


   Como ven, no me canso de alabar Alta Tensión por lo que es, el bien que ha hecho y el bien que PODRÍA haber hecho a la saga. Debido a ello, me supone un nudo en el estómago tener ahora que hablar de… Licencia para Matar

   ¡OH DIOS, LICENCIA PARA MATAR!

   Licencia para Matar es una película abyecta, vil y repugnante pero justo por todos los motivos por los que NO se queja la gente de ella. Polémica en su día por su caracterización del personaje, Licencia nos muestra a un Bond en una sangrienta búsqueda de venganza por su propia mano después de que el villano de turno matara a la mujer de Félix Leiter, gran aliado del británico en muchas de sus películas, sino que le dejara medio muerto y totalmente incapacitado.

   Licencia para Matar es una pesadilla de la que uno no puede despertar. Es tensa y desagradable, con todos sus personajes completamente descaracterizados y un tono tan surrealista como oscuro. No me importa que James Bond vaya a tomarse la justicia por su mano si las autoridades no van a hacer nada para detener a un lunático como el que se nos presenta aquí, y además, estamos hablando de una versión completamente distinta de Bond, por lo que vale perfectamente. El problema viene cuando, tras una trama tan razonablemente madura como humana que fue Alta Tensión se le crea una secuela que parece sacada de la época de Roger Moore después de haberse tomado un bote entero de Prozac.

El sueño de la razón produce películas terribles de James Bond.


   El mundo de Licencia es oscuro, corrupto y malo. Nadie mueve un dedo para ayudar a Leiter ni a Bond tras la, prácticamente, la destrucción del primero, y al segundo se le tacha de traidor por buscar una nueva vía cuando las autoridades, más concretamente LA CIA Y EL MI6, SE NIEGAN a dar caza al villano. El sentimiento de angustia es continuo, uno se siente como ahogándose a cada segundo que pasa, y la transformación del protagonista en poco menos que un asesino en serie dando caza a otro asesino en serie no ayuda tampoco.

   ¿Pero quién es este villano que ha hecho LO IMPENSABLE y con mayúsculas, postrar a Leiter en la cama tras matar a su mujer y convertir a Bond en un villano? Pues bien, su nombre es Franz Sánchez y es un traficante de droga con un poder tan absurdamente grande que si lo vieran Blofeld, el Doctor Kananga (el malo de Vive y deja morir) y Hugo Drax, se morirían de envidia al no tener NI LA MITAD de influencia y capacidades económicas de Sánchez.

   A Sánchez no le basta con ser un capo de la droga, no, sino que es el mal personificado, según esta película, y hará todo lo posible para demostrarlo. ¿Con qué fin? Para dar la justificación a Bond para comportarse como un cabestro durante todo el metraje con la excusa de «¿te parece malo? Pues este otro es PEOR», porque si hubiera sido un raterillo o un traficante del tres al cuarto nadie se habría puesto a favor de Bond en esto.

   El problema es que la era de los supervillanos hace tiempo que murió y Sánchez es ridículo hasta para los estándares de Moore, sobre todo en el sentido de que su poder es I-LI-MI-TA-DO. Este personaje padece del mismo problema que el Doctor Maligno en la primera de Austin Powers: sus conglomerados y empresas legales hacen muchísimo más dinero que sus ramificaciones ilegales, las cuales, por su fuera poco, son increíblemente caras de mantener.

   Sánchez posee una cadena de casinos y de hoteles, es Presidente de una isla entera, tiene su propia cadena de televisión y domina económicamente todo Miami. Pero al mismo tiempo es el líder de un complejísimo entramado de tráfico de drogas que requiere colaboración de muchas mafias a lo largo del mundo que se comunican por medio de códigos secretos en los programas de televisión para llevar a cabo sus operaciones en una guarida secreta que resulta ser la sede de una enorme secta. O sea, con todo este poder no necesita siquiera pasar un mísero gramo de droga, y estamos hablando de 1989, finales de la Guerra Fría, por lo que tampoco tiene un objetivo para dominar el mundo como su predecesor indirecto Blofeld.

   ¿Qué es lo que pasa entonces con Sánchez? No tiene objetivos, no es siquiera un personaje, es más bien un anti-personaje, una excusa: es OBJETIVAMENTE malo en todos los sentidos para que Bond tenga una excusa con la que darle caza mientras ello mismo, el fin, justifica los medios. Y esto es lo que hace de Licencia algo tan horrendo, ser una anti-historia, una justificación para meter a un personaje tan querido a ser tan deleznable como el villano al que intenta detener. ¿Lo peor de todo? Que esto iba a continuar en la saga que tenían preparada para Dalton, pero como este no pudo seguir todo el mal que ha causado incluyendo el haber dimitido del MI6 y ser tachado como un criminal internacional y un terrorista se queda sin repercusión alguna.

Peor que el demonio si fuera pederasta.


   Sí. Así sin más. Dalton no pudo terminar lo que habían empezado y para no tener que cambiar de actor en medio de la misma saga decidieron resetearlo todo para darle el papel al siguiente que tocase en la serie nueva de los 90 y dejar lo de la continuidad para cuando buenamente se pudiera.

   En fin. Pierce Brosnan. ¿Qué puedo decir de Pierce Brosnan? Junto a Connery es el más galán de los Bond pero al mismo tiempo su serie es tan esquizofrénica como la etapa de Moore volviendo a la fórmula de salvar al mundo del supervillano de turno. ¿El motivo? La Guerra Fría hace mucho que acabó, y con el Nuevo Orden Mundial las preocupaciones pasaron de algo tan grave como la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial a asuntos más variados. Siendo así, el Bond de Brosnan luchará contra terroristas al iniciarse la Guerra contra el Terror de los 90 y que continúa a día de hoy, pero como por aquel entonces aún el concepto del terrorismo no tenía una cara con la que poder retratarlo sin ambigüedad alguna, el papel del terrorista lo ocuparán supervillanos con un poder económico estratosférico… con diferentes resultados.

   GoldenEye constituye un comienzo fuerte para la nueva serie con una nueva declaración de intenciones en boca de la M interpretada por Judi Dench, quien deja claro que el personaje de James Bond no es más que una reliquia de la Guerra Fría. Aparte de ello, Alec Trevelyan, el antiguo 006, e interpretado por Sean SPOILER ALERT Bean constituye un villano poderoso para el propio Bond a modo de un Scaramanga moderno con motivo para ser el malo y con las mismas cualidades que el personaje de Brosnan. La película en sí no tiene mucho fuste ni tiene partes que se puedan llamar «memorables», pero es la suma de dichas partes las que la hacen una película entretenida de ver dentro de lo que es la acción palomitera.

   A ella le sigue El mañana nunca muere, tal vez la más palomitera de las cuatro películas de Brosnan y la que más parecido tiene a las de Moore, pero sorprendentemente aquí sus elementos y su absurdez funcionan: Elliot Carver, el magnate de las telecomunicaciones que provoca guerras para tener noticias, es un villano sumamente divertido de ver en pantalla; el balance entre escenas de acción y no acción está muy equilibrado y el humor sobre la absurdez del mundo de los agentes secretos está muy bien conseguido porque sabe dónde atinar (ese coche marimandón con voz de matriarca rusa es hilarante a la vez que cuñadístico) en vez de lanzarlo todo contra la pared para ver qué se queda pegado. De las de Brosnan esta es la mejor.

   El mundo nunca es suficiente, por otra parte, nos trae una trama con las intrigas de una familia de magnates del petróleo y un desquiciado terrorista ruso que recuerdan bastante a la intrincada trama de la primera película de Misión Imposible con las reservas de petróleo de Occidente en juego. Con un suspense bien logrado y uno de los villanos más competentes de la saga Bond, El mundo nunca es suficiente es una de las películas más sólidas de su franquicia.

   No obstante, como no podía ser de otra forma cuando una trilogía tiene tanto éxito, surgió en 2002 un tumor conocido como Muere otro día. Completamente innecesaria, Muere es una mancha en el Bond de Brosnan por traer una historia sumamente predecible con personajes planos, villanos tan ridículos que recuerdan a los de la época de Moore, una Halle Berry tan innecesaria como metida con calzador por ser «la famosa de moda» de la época (un «de la época para hablar del 2002». Ahí es nada) y un complot tan patético que es un calco paso por paso del plan de no-Blofeld de escamotear diamantes para meterlos en un láser orbital en Diamantes para la Eternidad.

   ¡Pero eh, al menos pudieron rodar en el hotel de hielo aquel que estuvo tan de moda a principios de los 2000! Es lo que tiene el show business, que si quieres fardar de algo o hacer turismo por la cara, siempre puedes montarte una película allí. Da igual si es buena o no, el caso es ir.

   Oh. ¿Y he dicho que el personaje «negra molona e independiente que no necesita a los hombres» de Halle Berry, también llamado «el personaje de Halle Berry», iba a tener su propia serie de películas? Ay… qué bien que en aquella época en cuanto a cine palomitero aún estábamos atascados en los bodrios de la época anterior y la burbuja de «heroínas bordes y autosuficientes» acabó estallando con… COSAS como la bilogía de Tomb Raider de Angelina Jolie y *redoble de tambor* LA CATWOMAN DE HALLE BERRY.

Nunca pensé que diría esto, pero... gracias. Gracias. ¡Gracias! ¡GRACIAS!


   Que ojo, yo personalmente no encuentro mala idea una serie secuela de algún personaje de la franquicia que haya calado o pueda calar, pero al menos QUE SEA MEMORABLE. Pero claro, estamos hablando de una franquicia en la que solo interesa un único personaje alrededor del cual orbita el resto del plantel y suerte tienen si al terminar la película uno se acuerda de sus nombres.

   Sin embargo, a pesar de ser esta decisión tan arbitraria algo de los ejecutivos de la Metro-Goldwyn-Mayer, sí era cierto que la fórmula de Brosnan acabó quemándose muy rápido y la gente quería ver algo nuevo. Total, Brosnan realmente fue una versión noventera de lo que fue la época de Moore. Sí, mucho más tragable, PERO.

   Entonces llegó la solución: quemarlo todo y sobre sus cenizas levantar una nueva franquicia Bond. En otras palabras, un reboot y a tomar por culo. Esta nueva saga empezaría de cero pero contada en un contexto de nuestros días y dentro de una continuidad propia.

   Sin actualizaciones pochas de la franquicia para justificar la continuada existencia del agente británico desde mediados de los 60 hasta la actualidad.

   Sin tarjeta de crédito.

   ¡Sin mierdas!

   Bueno, sí. Unas pocas…

   A partir de 2006 James Bond tomó un giro mucho más sincero hacia lo que había sido siempre: cine de acción simplón y palomitero. Pero esta vez sin florituras ni justificaciones y de la mano de un Daniel Craig que, aunque en concepto y en aspecto sea difícil de tragar, el tiempo ha demostrado que en general nació para este papel.

   Y como la franquicia renace, qué menos que volver a los orígenes con, de nuevo, Casino Royale, la película o concepto que da igual la época en que lo hagas porque te va a salir un churro. La versión de 1954 fue un experimento muy fallido, la de 1967 una mala parodia y esta de 2006 es putamente infumable.

   Casino Royale no sabe lo que quiere ser, y centrar su acción precisamente en un juego de cartas a no ser que sea de Yu-Gi-Oh! es un pasaje al tedio más absoluto por una parte y una imperiosa necesidad de buscar algo con que rellenar película hasta que salga la partidita de marras por otra. Y esto es lo que ha pasado: el cabezabuque de Craig de tiroteo en tiroteo y tiro porque me toca con cara de haberse tragado un ladrillo para acabar perdiendo miserablemente la partida en el susodicho casino para ganar milagrosamente al final. Ah, y LeChiffre le ha quitado el puesto a Blofeld como villano más incompetente de la saga.

   Sin embargo, y por mucho que me sorprenda, la película acabó siendo increíblemente popular (lo cual es bueno) aunque yo no entienda el motivo (lo cual es malo). Durante mucho tiempo lo he discutido con conocidos y amigos y uno acabó explicándome que Casino Royale tiene «más cine» ya solo en la propia partida de cartas al aportar «algo más» a un metraje que hasta ese momento no había sido otra cosa que acción barata… Y es que en cierto sentido lo entiendo. Pero no es lo que necesita James Bond.

[Referencia obligatoria a Los Simpson porque no me podía molestar en pensarme un comentario gracioso sobre James Bond jugando a las cartas tras haber mencionado lo de Yu-Gi-Oh!]


   ME EXPLICO: el mayor problema de Casino Royale es JUSTO esa falta de dirección y el intento algo pretencioso de meterle «más cine» solo para digerir una hora y media de acción barata. Y lo llamo pretencioso porque ha intentado hacer más de lo que en realidad puede o debe, pues lo que necesitan las películas de James Bond es una dirección clara con una trama masticada pero interesante y un personaje con carisma, que es justo lo que se espera.

   Y no, no es esto una incongruencia con respecto a las necesidades de no estancarse de esta saga porque se pueden Y DEBEN cambiar cosas. El tono, el retrato de los personajes conforme a la época… lo que viene a ser una ADAPTACIÓN, una MODERNIZACIÓN. Pero si metes y quitas sin ton ni son elementos clave sin orden ni concierto, pasa lo que pasa. Es como querer renovar la Torre Eiffel (¿aún seguirá siendo de Hugo Drax?) cambiando las estructuras triangulares por otras cuadradas o redondas. ¿Qué es lo que pasa? Que colapsa el edificio. Pues esto es igual.

   E insisto que la mejor solución es una adaptación bien hecha porque, como dije en la entrada anterior, a una película de James Bond se va a lo que se va pero con los cambios pertinentes que correspondan a cada época, pues no es lo mismo un James Bond de los 60 interpretado por Sean Connery con todo lo inherente a aquellos tiempos a un Pierce Brosnan de los 90 o un Daniel Craig de los 2000.

   Los medios y las concepciones de la calidad cambian, pero por lo general lo que se espera de sagas tan largas e inamovibles en su fórmula como esta no. O sea, si voy a ver una película de Schwarzenegger espero acción barata y un montón de humor involuntario, no un melodrama sobre la condición humana. ¿Por qué? Porque no le pega. Y con Bond pasa igual: es un personaje de cartón piedra, un matón misógino y alcohólico al que se le perdona de todo por su carisma y sus rasgos propios, ya que cada Bond es reflejo de sus tiempos:
-Connery es la personalidad y el carisma dentro de un marco tan viejuno como los 60 y70.
-Lazenby no tuvo mucho porque solo duró una película pero se caracteriza por un intento de humanidad.
-Moore es un puto meme.
-Dalton es (mejor dicho, era) guapísimo y tenía un aspecto joven y dinámico #NoHomo.
-Brosnan es la imagen que se tenía en los 90 de un triunfador.
-Y Craig es un retrato frío e irónico de una saga que sabe lo ridícula que suena hoy en día y que morirá si no se renueva.

Ya saben lo que dicen de los hombres con pistolas pequeñas, ¿no? Que tienen un gran corazón.


   Pero en fin, volvemos a centrarnos en el tema principal de esta entrada para continuar con Quantum of Solace, un MEH de campeonato que aún arrastra esa falta de dirección de la nueva saga siendo el extremo opuesto al «más cine» de Casino Royale siendo única y exclusivamente una película de tiros y explosiones con Daniel Craig entre medias y las dos fulanas chicas Bond más inútiles de todos los tiempos desde Goodnight en El Hombre de la Pistola de Oro, en la que lo que le falta a Bond aquí le sobra en palomiterismo. Vamos, que equilibrio aún cero.

   No obstante, al ser CUANTO SOL HACE Quantum of Solace una secuela directa de Casino Royale, se puede percibir un ligero, ligerííííísimo, desarrollo en el personaje de Bond, que intuyo que será la constante de esta era. ¿Pero es un desarrollo de personaje tal cual? No realmente, sino más bien putaditas que le pasan al Bond de Craig por tener un ladrillo de cerebro casi como consecuencias de pensar con los bíceps, aunque de esto hablaremos más adelante.

   Quantum en general no está mal pero se hace anodina a la larga. Sin embargo, sí destaca por presentarnos formalmente a la organización Quantum, una especie de conglomerado de banqueros y empresarios cabrones que no tienen otra cosa mejor que hacer que tocarle los huevos al mundo. Dicho así no tiene fuste y suena ridículo, pero es que al fin y al cabo esto es una película de James Bond. Sin embargo, en la práctica, este grupo de poderes en la sombra se llega a hacer muy interesante aunque sea por el secretismo y la vaguedad con la que está definido; es una nube de la que solo se conocen dos gotas de agua de las cuales, una de las cuales, Dominic Greene, me ha parecido un villano realmente maravilloso en cuanto a su plan maligno (BASADO EN HECHOS REALES), sobre todo por su originalidad y ser algo distinto a lo que hacían los terroristuchos del Bond de Brosnan (excepto tal vez Elliot Carver y cogiéndolo con pinzas) o los patéticos intentos de LeChiffre por recuperar una inversión que se había ido por el desagüe.

¡Aprende, petarda! Así SÍ es como se hace una película sobre La Guerra del Agua Boliviana.


   Lejos quedan los tiempos de SPECTRA en los que criminales y empresarios malignos de todo el mundo se unían para formar un tercer bloque en la sombra para provocar una tercera guerra mundial con la que eliminar al ganador y conquistar el mundo. Quantum es una visión de la evolución del mundo que mencioné en la etapa de Brosnan en la que banqueros, políticos y empresarios corruptos roban y delinquen impunemente, una adaptación en absoluto sutil de cómo están las cosas actualmente pero no por ello menos realista.

   Y ya para terminar, lo hacemos con una nota muy positiva con Skyfall, una de LAS MEJORES películas de todo James Bond. Concebida para celebrar el quincuagésimo aniversario de la franquicia, esta película será definitivamente el antes y el después de la dirección de la era de Craig, así como todo el reboot, introduciendo definitivamente una clara dirección y las nuevas versiones de los personajes clásicos que tanto se echaban en falta.

   Skyfall comienza con la supuesta muerte accidental de Bond en acto de servicio a manos de Moneypenny. ¡SÍ, MONEYPENNY!, quien esta vez ha dejado de ser una estoica secretaria dedicada a ser el blanco de los desprecios del agente para ser una espía y una chica de acción con una personalidad definida y una fuerza y habilidad genuinas. Esta Moneypenny ES un personaje, no un florero, y el poco tiempo que ha estado ella en pantalla me ha convencido para querer ver más de ella, ya sea en otra de las películas de Bond o en una película propia, pues si la integración de más personajes negros es lo que lleva queriendo hacer la Metro desde 2002 con Halle Berry, la nueva Moneypenny es un paso en la buena dirección.



   Tras una de las cabeceras más bellas de toda la franquicia con la voz de la británica Adele, resulta que Bond no ha muerto sino que estaba de parranda, literalmente. Pero su ausencia la aprovecha el ex-agente del MI6 y terrorista Hugo Raoul Silva, interpretado por Javier Bardem, para acosar y aterrorizar a M. Bond tendrá que volver al tajo y adecuarse de nuevo a la nueva crisis de la agencia de inteligencia mientras recorre primero el mundo buscando pistas para apresar a Silva y salvar la vida a M.

   Y déjenme decirles que Silva es, directamente, uno de los mejores villanos de toda la saga, el doppelgänger definitivo para Bond por encima de Scaramanga y Alec Trevelyan, con una inmunidad a la altura del propio Bond y una capacidad estratégica que roza lo divino. También le tira fichas a Bond. Aparte, Silva es justo el epítome de ese desarrollo de personaje que antes mencioné, haciendo que culmine en un Bond que aprende de sus errores y que sus actos tienen consecuencias: en Casino Royale la chica era mala pero Bond estaba tan encoñado con ella que no lo pudo ver hasta que fue demasiado tarde y en Quantum of Solace provoca la muerte de una de las chicas Bond y un amigo suyo, y en ambas M le da un rapapolvo por pensar con la cabeza equivocada. ¿Pero qué pasa en Skyfall? Que M muere (oh, spoilers: M muere), desapareciendo lo más parecido a una figura materna que ha tenido. Y de esta forma Bond debe madurar, que es justo la trama de la era de Craig.

«CUÑAAAAAAAAAAAAAAAA...».


   Pero si hay una cosa con la que me quede de Skyfall es justo el haber encontrado a la tercera una clara dirección en cómo será esta el reboot, así como una declaración de intenciones: la escena en la que el nuevo Q le entrega a Bond una pistola y un transmisor como único equipamiento presentando un severo rechazo por los inventos con un contundente «ya no estamos en los 60», la destrucción del legendario Aston Martin o la muerte de la vieja M.

   «Las cosas del Bond antiguo han quedado atrás»: ese es el mensaje de un Skyfall lleno de cariñosas referencias a su propio pasado mientras mira a su futuro, con al menos dos películas a modo de bilogía propia en camino y un Craig renegociando su contrato. Porque sí, mucha amenaza y tal pero esto mismo pasó con Lynch y la continuación de Twin Peaks, ¿pero adónde va a ir un señor que parece haber sido novio de la Ana Obregón?

   Pues eso.

   Y bueno, esto ha sido mi repaso en dos partes a casi toda la filmografía de James Bond. Ha sido una larga ausencia, pero the friki delivers y aún me quedan muchas más cosas de las que hablar... y otras muchas más que odiar.

«¿Pero sabéis ya o no sabéis que la entrada trata sobre las películas de James Bond? Porque lo pone en el título. Y por ese motivo la entrada trata sobre las películas de James Bond. ¿Lo pilláis o no lo pilláis?».