sábado, 12 de abril de 2014

Frozen me ha dejado frío.

«Cuando ocurre el desastre, observad a Anna unirse a su hermana, a un mercader, a un tío bueno y a un muñeco de nieve para derrotar a villanos como su hermana, un mercader, un tío bueno y un muñeco de nueve».
Honest Trailers: Frozen.

   Sí, yo también he caído, qué se le va a hacer. Realmente, ni siquiera me atrajo la primera vez que me la presentaron y menuda la odisea por la que tuve que pasar por intentar vérmela entera, pues necesité tres intentos hasta pasar más allá de los primeros veinte o treinta minutos de metraje sin dormirme de lo mucho que me aburría y llegar hasta el final. ¿Y saben qué? Que en absoluto es para tanto.

   Frozen es una película normalucha tirando a floja tirando a ME CAGO EN DIOS QUÉ MALA ES. Sí, recupera las pretensiones de los clásicos Disney que la convierten instantáneamente en un algo de la calidad que se le espera como el estilo musical, el humor blanco, los escenarios fantásticos y demás, pero también significa que es la misma cascada de clichés que hemos visto ya más de un millón de veces por muchos «cambios» que le hayan imprimido a esta producción. Y es que es ésa una de las características con las que intentan vender esta película, que tiene cambios con respecto al esquema Disney de chica conoce a chico y se enamora de él a primera vista. Eso y el tema musical principal Let it go, pero ya hablaré de él más adelante.


O también pueden verlo aquí. Total, la visita ya me la han dado.


   El argumento de Frozen no es que dé para mucho, y es una de esas películas en las que importa más el viaje que lo que suceda en la meta, pero no pierdo nada por contarlo y ya de paso avisar de spoilers.

   En un reino de aspecto escandinavo nacen dos princesas, Anna y Elsa, de las cuales la última tiene el poder de crear hielo de la nada. Las dos hermanas disfrutan de su niñez jugando con la nieve que Elsa hace caer en el hall hasta que un accidente obliga a los reyes a sellar los poderes de ésta y a borrarle la memoria a Anna pero conservando las sensaciones que ha experimentado, obligando a Elsa a vivir recluida toda su vida en su cuarto temerosa de sus poderes.

   Pasado un tiempo tras la muerte de sus padres, las princesas crecen hasta alcanzar la mayoría de edad y se celebra la coronación de Elsa, pero tras la ceremonia sus poderes se desatan delante de todo el mundo y, temerosa de lo que le pueda pasar, huye hacia las montañas, donde decide que vivirá como una ermitaña sin saber que la liberación de sus poderes ha traído como consecuencia que se desencadene un invierno eterno por todo el país. Por su parte, Anna decide ir a buscarla dejando el reino en manos de Hans, un chico al que acaba de conocer que resulta ser un príncipe de tierras lejanas y con el que desea casarse.

   Durante el ascenso, la princesa recibirá la ayuda de Kristoff, un joven picahielos; de Sven, un reno que se cree un perro, y de Olaf, un muñeco de nieve con vida propia y trisomía del par 21. Los cuatro consiguen llegar a Elsa pero ésta les rechaza, hiriendo a Anna en el proceso. Mientras tanto, preocupado por la tardanza de su prometida, Hans organiza una partida para buscarla y llegan hasta Elsa, a la que casi matan dos mercenarios contratados por un villano menor, provocando que sus poderes se descontrolen y pierda el conocimiento.


«ZÍ, ZOI DETDAZADO».


   La herida mágica de Anna empeora a marchas forzadas y tras una visita a la aldea de unos trolls musicales obsesionados con shippear casar a gente contra su voluntad (¡!), éstos le dicen a Anna y a Kristoff que es una maldición que sólo puede romperse con un acto de amor verdadero, por lo que ambos vuelven al castillo en busca de Hans. Sin embargo, tras dejar Kristoff a merced del príncipe a la chica, éste admite sin motivo alguno que no la quiere y que lo único que desea es casarse con ella por el trono, así que decidirá dejarla morir y matar a Elsa, quien, sin saberlo él, recobra el conocimiento y huye liberando sus poderes otra vez.

   Entonces se inicia una lucha desesperada por parte de Anna, Kristoff y Hans para llegar hasta una Elsa enloquecida, pero es el sacrificio de la primera la que detiene tanto a su hermana como al príncipe justo en el momento en el que la maldición hace efecto y la joven se convierte en hielo. Sin embargo, son los llantos de Elsa los que rompen el conjuro y devuelven a Anna a la vida, poniendo a Hans entre rejas y abriendo una vía para que ella y Kristoff se enamoren... lo que significaría que ninguno de los personajes ha aprendido nada porque Anna y Kristoff llevan toda la película a excepción del final tratándose despectivamente mutuamente y realmente no se conocen, así que la elección de la princesa a un chalado con ganas de pegar el braguetazo del siglo es un chalado que le pone voz a su reno con complejos y que lava las cosas a escupitajos. Hurra...


¡No ese Kristoff! ¡Si ni siquiera se escriben igual!


   Pero como pueden ver, existen dos cambios fundamentales en Frozen con respecto al resto de películas Disney que a ojos de mucha gente les puede parecer una película rompedora. El primero es que el amor a primera vista no funciona y el segundo que el acto de amor no lo realiza ningún personaje masculino por amor romántico sino que se trata de un amor fraternal. No obstante, la forma que han tenido de ejecutarlos, sobre todo el primer cambio, hizo que el hecho de que el extraño príncipe Hans resultase ser el innecesario villano principal de la historia algo previsible por esa manía que tienen las películas de Disney de soltar la moraleja antes de que ocurran los sucesos que den lugar al drama y por tanto a dicha moraleja. Con respecto al segundo... pues qué quieren que les diga, no es para tanto; a fin de cuentas, sólo dos películas Disney se resuelven con un beso amoroso por parte de un príncipe, por lo que tampoco se puede decir que el cambio rompa con ninguna tradición.

   Aparte de esto, tenemos un plantel muy soso y sin personalidad, de entre los que destacan exclusivamente los personajes de Olaf, el muñeco de nieve parlanchín obsesionado con ver el verano (¿lo pillan? Es un muñeco de nieve… ¡en verano! ¡Pero los muñecos de nieve se derriten con el calor, que es lo que hace en verano! ¡LA RISIÓN!), y Sven, el reno que se cree un perro por motivos nunca explicados, únicamente porque el primero es «la cara» de la película (y por ende la del merchandising) y el segundo es «la mascota», aunque yo más bien diría que el Scrappy por lo irritante que es.

   Sin embargo, es Olaf, el muñeco retrasado, el que me saca de quicio como si no hubiera mañana. Si fuese sólo por su malsana obsesión con el verano, no me importaría tanto, pero es que se trata de un personaje inútil e innecesario. Esta abominación de la naturaleza no hace avanzar en absoluto la trama y no aporta, literalmente, nada. Su único papel, aquello que justifica su existencia, se basa en el humor corporal («jijí-jajá, se descompone porque es de nieve y le ponen el cuerpo al revés. ¡LA COMEDIA!»), en ser el personaje mágico bocazas de turno porque el reno Sven tendrá todo el complejo de perro del mundo pero por desgracia no puede hablar (aunque ya Kristoff le pone palabras en la boca representando una especie de trastorno bipolar muy chungo...) y en ser la voz de todas las locas del coño del mundo con frases como «hay personas por las que merece la pena derretirse» (¿lo pillan? DERRETIRSE. PORQUE ES UN MUÑECO DE NIEVE)«el amor es anteponer sus necesidades a las tuyas». ¡Frozen, la película Disney feminista!


«Recuerda que el amor es anteponer sus necesidades a las tuyas».


   Además, cabe destacar un aspecto que me ha molestado durante toda la película, que es ese halo de inevitabilidad que rodea todo lo que sucede durante la trama. Me explico: los personajes de esta historia tienen la fea costumbre de verlo todo blanco o negro de una forma irremediable, así que cuando sucede algo grave, las decisiones que toman son siempre las más extremas y dedicadas a aminorar los daños en lugar de solucionarlos, cuando precisamente en esta película no hay una sola situación que tenga, figuradamente, DECENAS de posibles soluciones mejores que las que se toman al final.

   ¿Quieren un ejemplo? Pues pongamos entonces la decisión de los reyes de sellar los poderes de Elsa y borrar los recuerdos de Anna dejando intactas sus sensaciones. Al final de la película resulta que es el poder del amor lo que anula los poderes de la princesa y el miedo el que crea el hielo (algo enormemente rebatible, pero de momento hagamos como que la película tiene razón). Bien, ¿por qué no enseñar a Elsa a controlar sus poderes? ¿Por qué no hacerle sentirse querida en lugar de tratarla como un monstruo? De esta forma tarde o temprano se descubrirá que es el sentirse querida lo que anula los efectos de su poder sobre el hielo. ¿Por qué no normalizar su situación de cara al público para que nadie acabe intentando matarla porque la considere un peligro en lugar de una baza? Porque recordemos que uno de los pilares económicos de este reino es el mercado del hielo (de hecho, la primera canción de la película trata sobre la industria del hielo. LA PRIMERA, la que asienta cómo funciona una parte importante de esta sociedad).

   ¿Y por qué borrarle a Anna sus recuerdos dejando intactas sus sensaciones? ¿Qué consiguen con eso aparte de dejar una posible vía a que una las piezas y lo recuerde todo? ¿Por qué no enseñarles la responsabilidad que conlleva tener este poder y una hermana con dicho poder? ¿Y por qué los trolls, tan sabios como son lanzando exposición fatalista, no son capaces de llegar a una serie de soluciones más fáciles, sencillas y productivas? Porque podrían ser ellos los que enseñaran a Elsa con su magia si los reyes no se ven capaces…

   Como ven, existen muchas formas de solucionar conflictos en esta película, y éste en concreto es precisamente el conflicto principal el desencadenante de todos los acontecimientos del metraje. Todo esto sin tener en cuenta el origen de los poderes de la princesa, que nunca llegan a explicarse, o por qué Hans decide volar su tapadera sin motivo alguno confesando que no desea a Anna y que es poco menos que el verdadero villano cuando existen millones de excusas alternativas posibles que le salven el tipo.

   El apartado musical no me parece una maravilla, y de hecho muchas canciones me parecieron fuera de lugar, más como una especie de relleno para ocultar la falta de originalidad que otra cosa. Sólo dos canciones me llamaron poderosamente la atención, Do you want to build a snowman? y Let it go, pero por motivos muy distintos. La primera es una música de exposición, pero personalmente me gustó por ser tan triste y a la vez tener una melodía tan alegre. Me gustó el ritmo, me gustó la letra, me gustó la melodía, me gustó la forma que tiene de evolucionar de una canción alegre a narrarnos la tragedia familiar que se está viviendo en esa casa. Tanto es así que tres semanas tras haber visto la película todavía la tenía (y tengo) pegada en la cabeza para bien o para mal.


ESTO >>>>>>>>>>>>>>>> Let it go.


   Let it go, por su parte, me llamó la atención porque no es para tanto. Seré yo, que soy así de raro, pero no me pareció gran cosa, y de hecho como canción me pareció hasta floja después de todo el bombo que se le ha dado. Simplemente se trata de Elsa construyendo su Fortaleza de la Soledad porque sus papis fueron unos cretinos que decidieron ocultarla diez años de su vida como si fuera un monstruo en lugar de normalizar la situación, por lo que la única forma que tiene de creerse feliz es vivir como una loca de los gatos ermitaña a tomar por culo. Se supone que es encantador y tal pero realmente es una canción muy vacía y poco sentimental a pesar de tratar de eso, de unos sentimientos de liberación que no son más que una cobardía inmensa de alguien que afronta sus problemas huyendo de ellos. En cuanto al ritmo, la melodía y demás... pues ni es para tanto ni es algo que se le queda a uno pegado en la cabeza.

   Luego ya el resto de las canciones son muy olvidables o directamente malas: la canción de los picahielos es aburrida y tediosa de oír, la canción de amor a lo Moulin Rouge por parte de Anna y Hans cuando se conocen es genérica a más no poder, la canción sobre Olaf deseando ver el verano con número de baile sacado de Mary Poppins no sólo es vil relleno sino además un insulto a la inteligencia de todo aquel que tenga más de tres años y un número correcto de cromosomas y la de los trolls casando a Anna y a Kristoff directamente es tonta. Tonta, tonta, tonta. El resto de canciones son tan blandas y olvidables que me cuesta hasta recordar de qué iban, así que ya ven qué panorama.

   Sin embargo, aparte de Do you want to build a snowman?, hay un detalle que sí me ha llamado la atención positivamente, y es el uso del hielo para representar la psique de Elsa. El uso de los colores, las formas y hasta la manera de liberarse vuelven muy profundo su uso, con formas suavemente redondeadas y tonalidades azules y moradas cuando está feliz o picudas y blancas o rojas cuando se pone a la defensiva, pero ocurriendo que es un hielo que se forma solo, sin indicios de que ella lo controle o diga que lo está usando. Son las formas las que indican su auténtico estado psíquico y fortalecen el carácter y los sentimientos de la reina y eso nos ahorra, afortunadamente, que nos fusilen a nolanismos que nos narren lo que estamos viendo. 

   Sí, también es cierto que este recurso ya está inventado, que no es nada nuevo y que hasta la tercera película de los pokémon lo hizo incluso mejor. Pero tratándose de los estándares de Frozen, supongo que es de agradecer que el muñeco de nieve retrasado nos estuviese señalando cada dos por tres los que ocurre en la pantalla.


APRENDE, DISNEY.


   En pocas palabras para ir terminando, el título que me recomendaron para esta entrada iba a ser Frozen me ha dejado helado, pero eso significaría que ha causado una fuerte impresión en mí buena o mala, y nada más lejos de la realidad. Más bien me ha dejado frío, indiferente. Habrá cosas más o menos simpaticonas y tal, pero esto no quita que siga siendo una película más del montón tirando a un relleno cinematográfico para la partecita de Let it go, que a excepción de mí no deja indiferente a nadie.


   Quien la quiera ver, que la vea, pero quien no, que sepa que tampoco se ha perdido ni se va a perder nada. De hecho, yo es que ni siquiera la recomiendo.

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